sábado, 28 de julio de 2007

Por qué me gustaban los bares

y ahora ya no me gustan tanto
con su plastiquería,
su personal bilingue,
su prohibición de fumar
y de cantar.
Me gustaban porque abrigan
porque son la casa de nadie
porque todo se paga
y si te regalan algo
es porque hay amor.
Y ese derrame de whisky que dosifica un mozo
cuando supera la medida del
jarrito de aluminio,
indica cuánto afecto hay en juego.
Hay casos en que un whisky hasta se vuelve doble

Esos segundos suspendidos
de whisky superando la medida oficial
dicen complicidad,

revelan en qué bar
nos quieren más.
Pero ese dato no nos condiciona en la visita.
Cuántas veces hemos vuelto a las faldas de una
mujer que nos maltrata.
Así volvemos a los bares que nos gustaron.
Sigo yendo a cafés de mucha
y poca monta.
En invierno, dada la reciente prohibición porteña
llegué a salir a la puerta
y volver a entrar
hasta diez veces cigarrillos
entre trago y trago de cerveza.
Supongo que podremos seguir haciéndolo:
fumar en la calle todavía está permitido.
No sé en cambio, qué pasará cuando prohiban
el alcohol, el saludo, el lenguaje de señas
("un cortado, otro más, la cuentita" etc. )
Probablemente sigamos yendo
hasta que un bar ya no sea nada en particular
más que un espacio techado donde
no se fuma, no se bebe, no se gesticula, no se habla
no se canta, no se come, no se espera.